Por Martín Gentilli
Profesor e investigador de la Escuela de Economía y Negocios de la Universidad Nacional de San Martín; Argentina. E-mail: mgentili@unsam.edu.ar.
Códigos JEL: B0, Z0 | FECHA DE RECEPCIÓN: 20/06/2017 | FECHA DE ACEPTACIÓN: 27/07/2017
Menciones a notables aportes como el algoritmo de emblocamiento o sus desarrollos sobre la matriz insumo-producto deberían, tal vez, abrir este homenaje al Lic. Edgardo Lifschitz. Sin embargo, la memoria con sus caprichos afectivos insiste en poner en el comienzo otra imagen, quizás menos profesional pero más humana. Es la primera imagen que se me aparece cuando pienso en Edgardo y evoca al hombre detrás del economista, es decir, la inevitable reverberación con que la vida resuena en la obra. El timbre obstinado del celular anunciando la llamada de Lifschitz todas las mañanas me hacía apurar hacia Vera y Scalabrini Ortiz, donde el auto del profesor me esperaba con paciencia infinita para llevarme a la Escuela de Economía y Negocios (EEyN) de la Universidad Nacional de San Martín. Gracias a la generosidad del contacto establecido por Estela Barba, compañera de vida de Edgardo, en julio del 2013 comencé a trabajar en la EEyN y el Centro de Economía Regional, donde tuve la invaluable oportunidad de compartir una cercana relación con un profesional de la talla de Edgardo. Política, cine, música, familia y otros asuntos conducían nuestras conversaciones entre el barrio de Villa Crespo y el municipio de San Martín. Y, por supuesto, entre esos tópicos diversos, no faltaban los debates sobre economía, intercambios informales que se convirtieron, con el día a día, en parte de mi formación. Quizás la imagen no es casual, quizás el motivo del viaje sea una manera acertada de figurarse el tránsito de Edgardo por las Ciencias Económicas como un movimiento de autosuperación y curiosidad incesante, en el que la obra se fue diseñando imbricada en los avatares de la vida, razón por la cual la memoria graba en mi recuerdo la instantánea de Edgardo tras el volante.
Su formación comienza con otro viaje que lo lleva desde un pequeño pueblo de La Pampa hasta Ramos Mejía, y de allí a la Capital Federal. Los primeros años fueron formativos de su carácter y crearon el temple de un hombre íntimamente unido a sus circunstancias. En sus primeros años de estudios universitarios, se interesó por la corriente de pensamiento marxista, que prometía un futuro de mayor justicia social, así como también desarrolló una marcada simpatía por el pensamiento estructuralista. Así, dividiendo su tiempo entre estudio y militancia, empezó su formación en los pasillos de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.
Realizó su primer trabajo dentro de la Comisión Nacional de Desarrollo (CONADE), semillero de muchos de los más reconocidos economistas argentinos. Fue allí que conoció, entre otros destacados intelectuales, al profesor de nuestra casa de estudios Víctor Pérez Barcia. Fue también por esta época cuando comenzó su labor como docente, primero dentro de la misma universidad donde cursó sus estudios de grado y, posteriormente, en la UNMP.
En el año 1973 escribió “Acumulación y centralización del capital en la industria argentina”, junto a Elsa Cimillo, Eugenio Gastiazoro, Horacio Ciafardini y Maurucio Turkieh, uno de sus artículos más reconocidos, del cual, años después, del que luego reviso no tanto sus postulados teóricos sino las implicancias políticas que se derivaban. Sin embargo, las preocupaciones que atravesarán toda la obra de Edgardo ya estaban presentes en esta publicación inaugural: el proceso industrializador como motor de desarrollo en regiones subdesarrolladas, con el foco puesto en América Latina. Más tarde sumaria su interés por el caso brasileño y el sector automotriz como condensador representativo del proceso de sustitución de importaciones. Durante aquellos años, hace su primer contacto con el análisis de insumo-producto creado por el Premio Nobel Wassily Leontief con quien tuvo la oportunidad de intercambiar correspondencia unos años después.
Un nuevo desplazamiento, esta vez forzado por el contexto político, lo lleva en 1976 a México. Trayectoria ilustrativa de la de tantos argentinos que crecieron durante los años de radicalización política y cultural de los ‘60 y ‘70 y que se afincaron en diversos refugios ante el panorama continental minado por las dictaduras militares. En este nuevo destino, la maduración profesional de Edgardo subió un nuevo escalón. La convivencia con renombrados economistas y sociólogos dentro de la División de Estudios Económicos del Instituto Latinoamericano de Estudios Trasnacionales, (ILET1Aquí ocupó el puesto de Coordinador del Programa de Estudios sobre la Industria Automotriz en América Latina de la División de Estudios Económicos. ), fue el marco ideal para la evolución de su pensamiento regional y sectorial. En este contexto, también se desempeñó como profesor titular en el Departamento de Economía de la Universidad Autónoma Metropolitana, UAM – Azcapotzalco, donde publica –entre otras participaciones en libros, revistas y compilaciones- la reconocida obra “El complejo automotriz en México y América Latina”.
Poco tiempo después del retorno de la democracia, Lifschitz emprende el regreso a su país. Especializado en el estudio de los complejos productivos desde una perspectiva de insumo-producto, comienza su desempeño en organismos estatales donde tiene la oportunidad de poner en acción y consolidar los conocimientos y aprendizajes elaborados durante el exilio mexicano. Se destaca, en esta etapa de producción, su siempre obstinada voluntad puesta en la búsqueda de trascendencia del proceso “trunco” de desarrollo que la Argentina no supo superar. En el marco institucional del Estado, transitó una carrera maratónica pasando, primero, por la Secretaría de Planificación Económica, donde genera acuerdos de cooperación entre CONACYT (México) y CONICET de Argentina, para la investigación de los sectores productivos en ambos países. Más tarde, a principios de los noventa, el desarrollo de un Programa de investigación y análisis sectorial con sede en la Secretaría de Industria, con apoyo de organismos internacionales; pocos años después concursó y fue designado en el Ministerio de Economía, como Director de Información y Análisis Sectorial, para finalizar su carrera en el Estado como Director Nacional de Programación Económica Regional, en la Secretaría de Programación Económica del Ministerio de Economía y Finanzas de la Nación. Durante estos años, además, participó en numerosos proyectos junto a organismos internacionales como el BID, la UNCTAD y la CEPAL, entre otros.
En 1991 su trabajo alcanza su cenit al concretar el desarrollo de una herramienta metodológica propia denominada el “algoritmo de emblocamiento”, que sería su mayor aporte al desarrollo teórico de las ciencias económicas. Consiste en un método de reducción de matrices de insumo-producto que, a partir de la aplicación de un algoritmo particular, segmenta la información en un conjunto de complejos productivos, entendido cada uno de estos como un grupo de actividades cuyas principales relaciones de insumo-producto específicas se realizan entre sí, siendo tales relaciones lo suficientemente fuertes como para tratarlas como conjuntos relativamente autónomos.
A mediados de 2012, Edgardo se integró a la Escuela de Economía y Negocios de la UNSAM para trabajar en el Centro de Economía Regional (CERE) como investigador y ejercer como docente en el Seminario de Política, Económica, Sectorial, Nacional y Regional. Con la humildad y la voluntad de quien no parece ser el protagonista que esta breve reseña describe, Edgardo arribó con muchas ideas e inquietudes que afortunadamente contagió a quienes tuvimos la suerte de trabajar con él. La participación en diversos boletines sectoriales bajo la coordinación del profesor Adrián Gutiérrez Cabello y el ya mencionado Victor Pérez Barcia (ex compañero del CONADE) y, en especial, la creación de su última gran obra, “Los algoritmos de emblocamiento: una aplicación para el caso argentino”, en la que tuve la suerte de ser su asistente, han dejado una huella profunda en nuestra institución.
Sin embargo -y me disculpo por caer nuevamente en inevitables recuerdos afectivos-, creo que su marca más profunda la ha dejado desde la calidez y nobleza humana con que siempre trató a quienes no solo tuvimos la suerte de trabajar con él, sino incluso simplemente compartir algún espacio en común. En este sentido, por su generosidad como maestro y su capacidad para “sembrar” inquietudes de investigación y conocimiento, uno de sus principales discípulos fue justo al describirlo como un “jardinero” en lo profesional y en lo humano.
Para dar cierre a esta humilde nota que pretende reflejar aunque sea una pequeña porción de lo que Edgardo Lifschitz es, fue y será, me gustaría traer a colación una anécdota que evoca los últimos días de nuestro estimado profesor. Una tarde, poco antes de fallecer en marzo de 2016, Edgardo llegó entusiasmado con un recorte de diario que me pidió el favor de escanearle para poder enviárselo a sus afectos y colegas bajo el asunto de “recuperar la bondad y la alegría de vivir”. Se trataba de una entrevista a Stephen Hawkins al diario El País, que giraba en torno a la posibilidad de que los seres humanos hallaran hogar fuera del planeta tierra. Aunque en ese momento la sorpresa y la ternura fueron mis reacciones espontáneas, hoy creo recuperar un significado simbólico en ese último mensaje de Edgardo, un hombre en constante viaje de inquietud intelectual y migración profesional, que fantasea, al final, con la esperanza de un último viaje aún más lejano y sin fin.
Agradezco a Matias Kulfas y Guido Zack por darme el privilegio de ser quien escriba esta breve reseña y, en especial, a Estela Barba por haberme ayudado en su redacción y por todo su afecto.
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